Nací con héroes cobardes.
Crecí con héroes tumultuosos y amados como yo quería ser. Imágenes que me han perseguido toda mi vida. Nací sin fuerzas para conquistar lo que un día deseé y afirme ser. Perdí antes de comenzar el combate porque creí que había que aguardarle reposando entre álamos, frente a un lago de tranquilas y serenas aguas. Cuando el mayor combate es la Vida. El día a día. Nadie hará sonar una sirena para avisarte de que todo va a empezar, de que es el momento de no reservarse nada. Si no lo has puesto todo antes, no llegarás allí. Si te esfuerzas, si vives desde el principio, no oirás, no importará, lo darás todo como siempre.
Esperamos engañados una lucha que no hemos dejado de librar y que perderemos. Quizá porque lo sabemos, porque vislumbramos nuestro final, la pereza displicente nos hace dormitar, intentar hundir ese sentimiento en lo más profundo de nuestro ser, olvidar, para luego, a destiempo, y sin presión ni esperanza, naufragar en una batalla perdida para poder revestirnos del halo de perdedor mártir que tantas simpatías ha causado.
Esperamos engañados una lucha que no hemos dejado de librar y que perderemos. Quizá porque lo sabemos, porque vislumbramos nuestro final, la pereza displicente nos hace dormitar, intentar hundir ese sentimiento en lo más profundo de nuestro ser, olvidar, para luego, a destiempo, y sin presión ni esperanza, naufragar en una batalla perdida para poder revestirnos del halo de perdedor mártir que tantas simpatías ha causado.
Nací con los héroes cobardes de un mundo de cartón piedra que era el mío, que no sentía propio, que nunca encontré, que en verdad nunca deseé encontrar. Demoré mi lucha hasta el justo instante en que todo estaba perdido, para morir como un actor de reparto en el film de mi vida, minutos antes de que un protagonista, que no soy yo, acaba con el villano en la penúltima escena con un simple truco que yo desconocía. Besa a la chica. The End.
Tiempo, ritmo, fluir, armonía y alegría. Empuño una carraca sobre una silla tapizada en terciopelo rojo entre un cuarteto de cuerda que interpreta una hermosa pieza de Copland. Nado contracorriente para ganar en una regata. Me he equivocado de transporte y de dirección. No soy normal por miedo a no tener una excusa para el fracaso.
Nací cobarde y deseé ser héroe. Nací sabiendo que no lo iba a conseguir pero afirmando que aparentaría creer que no era así. Que al menos lo intentaría. Nacemos creyendo ser especiales para un día descubrirnos y contrariados deseamos huir. Y, en el fondo, eso es la vida, una huida hacia delante. Cada movimiento, cada promesa, cada sentimiento y pensamiento buscan zafarme de mi naturaleza. De algo a lo que damos el nombre de muerte pero que en realidad es un Gólem hecho de jirones de nuestros miedos y desasosiegos.
El miedo al fracaso ha contraído mis músculos durante toda mi vida para obligarme a olvidar la gracia y la espontaneidad natural abandonadas en una esquina a la que no sé retornar. Oculto mis inseguridades con soberbia y petulancia ante cualquier intruso. Y sí, confieso.
Nací para sentirme perseguido, corriendo jadeante sin saber de qué huía o hacia dónde me dirigía. Ahora sé que así sin duda se precipita hacia el fin. Temiendo que me iba a ser arrebatado un preciado tesoro del que todavía no tengo constancia, pero intentando creer con todas mis fuerzas que lo poseía. Y ese tesoro en ocasiones se esfuma, realiza una razzia por lugares que, en definitiva, no son yo. Cada vez vuelve con menos frecuencia y reposa en mi seno durante menos tiempo. Empiezo a pensar que nunca tuve nada especial, que me lo inventé para sobreponerme a mí mismo y huir de mi pronta visión de la muerte. Sin embargo, escenifico ante el mundo gestos y palabras, un papel con el que ahora me cuesta vivir. Eterno dilema entre el deseo, la percepción y la realidad. Deseo la felicidad de la gente y como buen mártir me reservo la posibilidad de aludir en cualquier discusión que conozco y padezco la crueldad de la realidad. Separándoles de un problema que ya conocen por miedo a que, como yo, no le encuentren solución. Quizá ellos la han encontrado. La existencia no es un problema a resolver, sólo es.
¡Genial blog Raúl!
ResponderEliminarMe alegra que te hayas sumergido en este maravilloso mundo.
Me encanta el texto: lo que más la última oración que consigue con magistral efecto dejarte en estado de reflexión. Te sigo.
Un saludo.