Saben, en una ocasión me enamoré de una madonna. Atendiendo a la opinión de mi amigo Arturo, la cual afirma que en el amor “casi” todo es estrategia, comencé bien. Intenté afrontar mi conquista cual partida de ajedrez. Así que realicé mi primer movimiento con una Apertura Curtis, o mejor dicho, Wilder. Me explico. Sabía de los gustos de la madonna por las comedias en blanco y negro, por lo que le regalé una cinta VHS de Con Faldas y a lo Loco. Muchas mujeres confiesan que lo que más les gusta de un hombre es que las haga reír. Yo envié a unos mensajeros. El regalo le entusiasmó y la película le encantaba, pero acabó exiliándose con otro hombre a otra ciudad. El resto es otra historia. Otra historia que termina con el regreso en soledad de esa cinta a mi casa para yacer entre nuevos dvds y demostrarme que yo, lejos de ser un implacable seductor como el recientemente fallecido Tony Curtis, soy, más bien, un Néstor Patou a lo Irma La Dulce. Pero no olvidaré jamás el favor que me hizo el actor.
Josephine recuerda a una de las muejeres que Miguel Ángel pintó en la Capilla Sixtina |
El personaje en nuestras vidas
Son curiosos los débitos que contraemos con los personajes de ficción, ya sean de novelas o películas. Si tuviera que decidir cuales han sido las diez personas que más me han hecho reír a lo largo de mis días, muchos no serían personas que he conocido en carne y hueso, sino personajes. Entre ellos estarían los interpretados por Jack Lemon, Walter Matau… y Tony Curtis. ¿Y qué decir de las personas que han dejado una huella intelectual indeleble como las de los dinosaurios en las rocas? Casi todos muertos hace siglos.
Con respecto a Tony Curtis, confieso que no he visto muchas películas. Fugitivos, Espartaco, El estrangulador de Boston y poco más. Pero me he sentado tantas veces frente a Con Faldas y a lo Loco que con ello ha estado más tiempo ante mí que muchos de mis conocidos. Muchas personas no ofrecen nada bello al mundo. Sin embargo Curtis dejó para la posteridad algo hermoso, una sublime estela de perfume a la que siempre podemos volver.
A él debo la compañía en divertidas y taciturnas veladas. Desde aquellas en que te reúnes con tus mejores amigos para realizar una cena llena de risas que culminarás con la reposición de la obra del director Billy Wilder. A otras, en las que sólo existe el film, un sofá, una manta de lana de llama y alguien a quien abrazar en la fría noche que como tú, se sabe los diálogos de memoria. Sin olvidar aquellas en las que los únicos habitantes de tu lóbrego cine particular sois tú y tus penas. Pero en todas las ocasiones, hasta en las más oscuras, mi sonrisa ha sido incapaz de resistirme a la película.
La belleza es un don amargo, como afirmó Terenci Moix. Un judío de origen húngaro nacido en el Bronx no podía aspirar a mayor sueño que convertirse en estrella de Hollywood. Tony Curtis lo consiguió. Pero el lastre de considerarse solamente una cara bonita y un cuerpo bien proporcionado es difícil de superar. Pregúntenle a Marilyn. Bueno, a través de un médium. Él lo logró con papeles como Fugitivos, con el que fue nominado al Óscar en 1958. Aquí en España, en el Festival Internacional de Sitges, se le concedió un galardón cuando tenía setenta y cinco años.
Lemon y Curtis |
Perpetuo Adolescente
En cualquier caso, Curtis no se sintió atormentado por ello. Era un hombre que sabía disfrutar de los placeres de la vida. Fuesen estos mundanos o profundos. En las imágenes que a lo largo de los años le inmortalizaron no puedo dejar de ver ese perpetuo adolescente pillo que en el fondo, y excesivamente también en la superficie, llevamos dentro todos los hombres. El glamour, la fama, las mujeres atractivas y la diversión sin fin como filosofía de vida. Él lo supo hacer, y Sinatra mejor, pero ¿cuántos más? De todas formas ninguno evitó el dolor. Podría concluir el párrafo con una moraleja.
Ahora nacemos y crecemos pensando que seremos grandes futbolistas, actrices famosas, cantantes de éxito… o al menos aspirar a ese minuto de fama que prometía Warhol. La vida puede ser un paciente jugador de ajedrez que nos deja mover alegremente hasta que cometemos un fallo y entonces nos golpea con un guante de frío cuero en la cara. Acabamos enganchados a la televisión viviendo vidas que no son la nuestra. Apasionados con la llegada del clásico y olvidando dar un abrazo a nuestra mujer cuando llegamos a casa.
Hasta que fue absolutamente innecesario, me corté el pelo en una barbería de barrio. Unos veinticinco años, entre los dos y los veintisiete. Allí Doro, el peluquero, me enseñó muchas cosas, y una de ellas era que ésta era la filosofía del perdedor. Un buen amigo, Dani García, el excapitán del Baloncesto León, decía que todos los peluqueros de las antiguas barberías tenían nombres curiosos. Puede que tuviese razón. Cuando Doro me planteó esta cuestión yo no era más que un adolescente que aspiraba a ser un famoso jugador de baloncesto y debí hacer un chascarrillo a propósito de su reflexión. Todo aquel que es incapaz de asir un pensamiento o sentimiento de gran calado opta por bromear sobre él. Pero no he dejado de recordarlo con los años. Intentando evitar comprar un balón de baloncesto a mis futuros vástagos y una edición de bolsillo de los Ensayos de Montaigne para ver si son capaces de cumplir los sueños que a su padre le fueron vedados. Un escalofrío recorre mis extremidades.
Una adorable criatura junto a la bañera |
Una adorable criatura
La Adorable criatura, como llamó Truman Capote a Marilyn, se sintió infinitamente más vulnerable a la fama. Puede que fuese porque su fama era, y es, infinitamente mayor a la de cualquier otra persona. Cuando aceptó rodar Some like it hot con Billy Wilder ni siquiera leyó el guión. Para luego llevarse una decepción al ver que volvía a interpretar el papel de “chica tonta”.
Se había convertido en un icono mundial. Las mujeres la admiraban y los hombres la deseaban. Y después de conocer a muchos de los segundos, en todas las situaciones imaginables, ella confesaba que el mejor que había pasado por su cama había sido “un corredor de bolsa, nada atractivo, de unos sesenta y cinco años que llevaba gafas de cristales muy gruesos. Era gelatinoso como una medusa. No sé qué pasó, pero…”. Eso debería de decirnos algo.
Me recuerda a la frase que afirmaba en Some like it hot: “Yo quiero que mi hombre lleve gafas. Los hombres que llevan gafas suelen ser cariñosos, amables e inofensivos. Tienen la mirada lánguida y los ojos chiquitos de tanto leer…”. Pero al final se la lleva el saxofonista, no lo olvidemos.
No era más que una voluptuosa chica lista, pero acomplejada por lo que carecía, un tamiz intelectual, que deseaba ser amada tal y como era. Como todos. Nada más. Y tanto además… Quizá ese sea su encanto.
Cuando comenzó el rodaje con Wilder había sufrido varios abortos de Arthur Miller. Lo tenía todo y lo que más deseaba era un hijo, lo que parece que puede tener cualquiera. Su marido no dejaba de ser un episodio más en su intento de tener la vida ideal, el matrimonio perfecto y encontrar la felicidad. Maridos padre, maridos famosos deportistas, maridos grandes intelectuales…
Llegaba continuamente tarde al rodaje. Tenía que estar perfecta, si no era incapaz de enfrentarse al mundo. En el instituto aprendí que las mujeres hermosas son en el fondo las más vulnerables. Creen que los demás sólo vemos en ellas, única y exclusivamente, su belleza exterior. A veces es verdad, ésta lo eclipsa todo. Y viven para demostrar que son algo más. Intentando ocultar esa belleza exterior que no es más que la fugaz visión de un instante en la eternidad.
Tony Curtis y Orry-Kelly |
Some Like it Hot
En uno de aquellos días que se han elevado al Olimpo de los mitos, Marilyn estaba probándose uno de los vestidos que Orry-Kelly diseñó sólo para ella y por los que la película ganaría su único Óscar (Mejor diseño de vestuario). La modista sugirió que Tony Curtis tenía mejores piernas que la rubia. Marylin tomó varonilmente ambos pechos entre sus blancas manos y respondió: “Pero él no tiene esto”. En realidad sus pechos ya no eran los de las fotos sobre el satén rojo de la revista Playboy, pero en la película brillan como diamantes en la mano de un homeless.
¿Recuerdan el vestido de las canciones con las Muchachas Sincopadas de Suite Sue? Y se imaginan un lugar mejor en el que dilapidar la eternidad que el Valhalla en el que se convertía el tren que las llevaba a ellas y a los dos músicos a Florida. Una multitud de doradas valquirias que quedaba eclipsada por el brillo imposible del pelo de Sugar Kane. Sin embargo, cualquiera de ellas podría ser la más hermosa de las Cariátides del Erecteion.
¡Qué suerte de la de aquellos dos! Cuando Curtis y Lemon fueron caracterizados como mujeres, Billy Wilder les pidió que fuesen a un baño para mujeres. El embuste no fue descubierto, se habían convertido en dos recatadas damas. Incluso protestaron porque Marilyn llevaba mejores vestidos que “ellas”.
Bye, bye, blackbird
Todo empieza con persecuciones y ametralladoras, una escusa que es una muerte bajo la sombra del amor en San Valentín. Para terminar con una de las más bellas y sinceras declaraciones de amor. El resto no importa si el amor existe. Con él los defectos se convierten en características, pequeñas idiosincrasias.
Es tiempo de dejar de recordar para dar paso a nuevas vivencias que rememorar mañana. “Tu mundo no es nada más que todas aquellas pequeñas cosas que has dejado atrás” reza la letra de la canción que Clint Eastwood compuso para Gran Torino. Tony Curtis ha quedado atrás como una de los grandes actores a recordar.
Las hojas del cuaderno homenaje a El Gran Gatsby que Santi, el Míster Magorium de aquella tienda llamada Eureka, me regalase en uno de mis pasados cumpleaños se terminan aquí. Repostaré mi coche en mi gasolinera, la Shell Oil. Me encaminaré a la Funeraria Mozzarella. Una vez allí, diré al recepcionista que vengo al funeral de la abuelita, que soy uno de los del duelo. Dentro pediré café, café irlandés. Y brindaré por Tony Curtis, brindaré aunque le vea yacer, allí, muerto. Al fin y al cabo: Nadie es perfecto...
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