sábado, 5 de noviembre de 2011

Consumidores de sueños

No, no, no, no, no… nuestra vida ha sido negación. Sobredosis de trastos e hipoglucemia de sensibilidad. Susurros proféticos edulcorados y sentimientos punzantes de realidad que arden como el beso de una medusa en una refulgente tarde de verano juvenil. Consumidores con sueños que consumen para cumplir los sueños de otro que al realizarlos el desengaño le llevó de la mano a la autodestrucción. Un universo de células sedientas de sueños y sensaciones.

Eso somos.

Puede que ninguno de nosotros escriba palabras que asomen por encima de los letreros de publicidad que se yerguen enhiestos en los edificios, inundan las webs y definen la televisión. Que ninguno aparte el pie cuando el perro de política le mee sobre sus zapatos nuevos comprados en segundas rebajas. Seguro que ninguno de los vientres que han sido hombres serán capaces de aunar  en sus almas tanta sensibilidad como para adormecer y tranquilizar con una nana a las generaciones que mañana verán la luz, de neón, la luz de los monitores. Pero sí mantendrán sobre sus hombros la pena de los siglos, la inutilidad de la eternidad. Esconderán bajo la cama del polvo el miedo que nos hace niños, nos mantiene como hombres y nos resuelve como fiambres postrados en una esquina de la historia, en la nota al margen de un libro plúmbeo que retiran de la biblioteca porque nadie lo ha solicitado en lo que llevamos de eternidad. ¿Quizás en la siguiente?

Escucharemos el aullido de un lobo que desearíamos ser nosotros. Pues lo oímos desde un redil de inmaculada lana blanca, sólo violada por las heces. El parpadeo del neón, el ventilador de un ordenador, el gemido solitario frente a la pantalla, la inconsciencia y la desazón son las diapositivas de una clase futura que rememora el presente.

No recuerdo haber escuchado cómo sabe el néctar que consume una abeja. El ladrido de un  perro me despierta en una caricia ahogada en sudor. No recuerdo haber sido yo antes.

Espera en una esquina a que un dentista te llame para extirparte lo que de ego te pueda quedar. Sin dolor, anestesiado, como has vivido. Y luego parte a esa existencia que sólo se comprende a través de una pantalla. En la que posiblemente tú no estás, sólo eres una imagen de ti mismo vagando por un decorado en dos dimensiones, si no pagas un euro más por las gafas. Sólo serás tú, sólo existirás, si eres visto por los otros, a través de los otros. Y los otros de ti. Todos somos imágenes que se proyectan y reflejan en los ojos ajenos y propios.

Quizá pasee y escuche. ¿Me detendrán? Una resignación que es psicotrópico y denuncia. Desesperación cívica.

Envíale una solicitud por mail a Dios y pídele que te agregue como amigo en su cuenta. Esa será la futura salvación. Si eres protestante su foto no aparecerá en el perfil. El nuevo panteón. La nueva Capilla Sixtina será una web. Nuestro mejor amigo un móvil. La nueva Venecia se ahogará en combustible de los motores del pasado.

Un gañido hueco en un universo en bits que ni siquiera resuena en el ciberespacio. La sombra de un sol que siempre parece extinguirse para dar paso a un mundo mejor, pero que no lo hará. Porque es el único. Todas las generaciones tienen su revolución definitiva y entonan la letanía ausente del todo será diferente desde hoy. Falacia de un abogado ebrio en un local bajo la ley seca. La Nada es más, pesa más que toda esa frase bañada en plomo.

Escucha. Puede que alguien te diga. O seas tú quien lo descubra. O se canse de pensar en pensar y empiece a jugar a vivir. El agua acabará por atravesar el puente, pero el puente ha visto tanta agua pasar sin saber a dónde iba, sin regresos, sin noticias. Con ausencias que se agudizan y se olvidan con la llegada de cada primavera húmeda.

En todo teclado hay muchas letras. Letras con las que se define el mundo. Pero aunque minúsculo, siempre hay un punto.




viernes, 2 de septiembre de 2011

Mi Padre y Paul Newman



El inadaptado moderno

Es paradójico el hecho de que para comprender las cosas que le ocurren al mundo, y como una parte de él a nosotros mismos, tenemos la necesidad de distanciarnos. Cuando observamos un lienzo, buscamos perspectiva para una valoración adecuada. Como todo lo que acontece bajo el amparo de Ra, esto no pasa por descubrimiento. Ya hubo un Thoreau y un Walden, un Montaigne y una torre. Y tantos otros. Y yo no dejo de ser nada más que un inadaptado moderno más que tiene por terapia ocupacional buscar en la letra impresa, las notas del pentagrama y las imágenes la respuesta a sus preguntas, las de tantos, las de todos, a sabiendas que dónde estoy es todo lo lejos que voy a llegar. En la vida todo es terapia ocupacional.


en una sobria foto de estudio en blanco y negro…


La noticia

Pero el aislamiento tiene sus peligros. Había quedado con mis amigos de la infancia y les esperaba frente al quiosco de prensa de Guzman para un paseo de domingo otoñal por el rastro. Llegué pronto, lo que es más un deseo de la gente con quien me cito que una realidad en la mayor parte de las ocasiones. Como yonki de la letra impresa no hallé mejor forma de achicar el aburrimiento que hojear la prensa que en el quiosco se ofrecía. Un somero vistazo dio paso a la sorpresa cuando vi demasiadas portadas dedicadas a alguien que admiraba desde hacía años. No era habitual, las portadas se reservan normalmente a personajes que desconozco o ignoro. Un complot. Como aparece la imagen de una fotografía sobre el papel blanco en un cuarto oscuro se me reveló con claridad meridiana el hecho. Había muerto.

Mis amigos llegaron y, contrariado, les conté lo sucedido. “Hace ya semanas”, “Todo el día de médium leyendo las palabras de difuntos de siglos, milenios, te distancian de la realidad”. Concluidos con una carcajada como marco al reproche.
Mentiría si no confieso que lo que descubrí aquella mañana con paisajes en tonos cálidos me entristeció. Conduciéndome a la reflexión rayana en taciturnez. A parte de recordar el placer con el que había disfrutado con sus actuaciones, instintivamente me vino a la cabeza mi padre. En mi familia se había comentado que en una de las fotos de juventud se parecía mucho al actor. Busqué el monumento a la memoria de cualquier familia, su álbum de fotografías. Allí estaba mi padre en una sobria foto de estudio en blanco y negro con un botón negro en la solapa que recordaba que no hacía mucho había perdido a su padre, mi abuelo. No hallé ningún parecido, por sutil que este fuese, entre mi padre y el protagonista de “El Buscavidas”. Y sonreí por lo estúpido de haber creído que existía. Las únicas similitudes entre mi padre y el actor piloto de carreras eran ese displicente gesto de sujetar el pitillo en la comisura de los labios y el cáncer de pulmón que había puesto fin a las vidas de ambos.


Las únicas similitudes entre mi padre y el actor piloto de carreras
eran ese displicente gesto de sujetar el pitillo en la comisura de
los labios y el cáncer de pulmón…

Una tarde entre libros

Comenzaba a tomar forma en mi cabeza el deseo de escribir sobre el difunto actor. Pero no era capaz de definir el cómo, ni de ahuyentar el para qué, después de la proliferación de resúmenes de su vida extraídos de la Wikipedia publicados en cientos de medios durante las semanas posteriores a su fallecimiento.

En una de las tardes en las que pasaba a surtirme de charla y algunos libros en la librería Galatea conté mi desconcierto por la noticia y la anécdota de la foto de mi padre. Sonreímos. Sorprendido y divertido a la vez, Santi, el risueño dependiente de Eureka, que buscaba en la librería lo mismo que yo, me dijo que en su familia se contaba lo mismo de su padre. Qué poco valoramos el enriquecimiento personal que conlleva la conversación. Cuando salí, en mi paseo podía sentir como una sonrisa se dibujaba en mi rostro. Todavía en este estado encontré a Marti, la rubia pizpireta amiga de un  emperador romano lanudo. No pude dejar de contarle lo ocurrido. Ella, sobria, me miró desconfiada. “Eso mismo se decía de uno de mis abuelos”. Parecía un azaroso encaje de bolillos austeriano. Qué caprichoso es nuestro mundo en ocasiones. Todos parecíamos desear a Henry Gondorff como padre.


Revisitando placeres

En los siguientes días me embargó el deseo de volver los filmes del desaparecido actor. Sin discernir si se trataba de una terapia o de un ancestral conjuro para resucitar a los muertos, aunque sea un poco, en nosotros. Desempolvé mis películas y adquirí otras nuevas. Cruzándome con otros nostálgicos. Tarareé The Entertainer, el tema de “El Golpe” mientras me tocaba la nariz. Incluso le pedí al acordeonista de la Calle Ancha que lo tocara para mi y para todos. Desee vivir, ser feliz mientras él paseaba en su bicicleta a Katharine Ross al tiempo que sonaba Raindrops Keep Falling On My Head de B. J. Thomas en “Dos Hombres y un Destino”. Reí con un anciano y cínico albañil en “Ni un pelo de tonto”. Quedé cautivado por reposada intensidad de las imágenes cargadas de sentido de Sam Mendes en “Camino a la perdición”, su última película. Y lloré. “La gata sobre el tejado de zinc caliente”, “El largo y cálido verano”, “Dulce pájaro de juventud”, los dramas sureños de Tennessee Williams que tan bien interpretaba. Y tantas otras sensaciones en las demás consabidas películas “El color del dinero”, “Harper, detective privado”, “La leyenda del Indomable”… y me alegré de no haber visto hasta entonces algunas, incluso de no haberlas visto aun. La sensación que produce la certeza de posponer un placer es inmensa.



 
Desee vivir, ser feliz mientras él paseaba en su bicicleta
 a Katharine Ross al tiempo que sonaba Raindrops Keep
Falling On My Head de B. J. Thomas en “Dos Hombres
y un Destino”.

Los chicos

 
Sabia que todo eso no me ocurría sólo a mí. Que en los salones de infinitos hogares otros habían disfrutado como yo. Pero me apesadumbraba el hecho de que otros tantos desconocían ese placer. Iluminado por la convicción de que la función del maestro mostrar el camino de la vida a través del conocimiento, propuse a mis alumnos del pequeño grupo de Diversificación 4º de E.S.O. del Colegio Paula Montal de Astorga realizar una redacción sobre el personaje. La culminación fue ver una de sus películas. Cuando en la Sala de Audiovisuales, convertida en un pequeño cine, comenzaban a discurrir ante nosotros las imágenes de “Camino a la Perdición” me asaltó la sensación de que quizá para ellos, chicos de dieciséis y diecisiete años, aquello sería como las secuencias en sepia adornadas con el traqueteo de un proyector que aparecen en “Dos Hombres y un destino” para contar la historia de la Banda del desfiladero. “Hoy han muerto, pero en otro tiempo dominaron el Oeste”. Como en tantas otras ocasiones, me equivocaba. Observé en la oscuridad sus rostros apenas iluminados por los reflejos de la pantalla, concentrados, silenciosos, emocionados. La película les encantó y, tras ella, sen enzarzaron en una apasionada discusión sobre los absolutos en el ser humano, bondad-maldad, amor-odio y los diferentes tonos de gris de la realidad. Luego los recursos estilísticos, la cadencia y significado de las imágenes, la muerte como expiación representada por escenas donde siempre hay agua purificadora. Tantas cosas…


El final de la cabalgada

La vida de nuestro actor fue un “broadway” (dilatado camino) con más momentos ilustres que los treinta y nueve teatros de la mítica avenida de Manhattan y todos los que he conocido rezumaban un amor a la Vida que me embarga de alegría. Estoy convencido que aceptó la muerte con una sonrisa, como en el entierro de la anciana lunática que se fugaba caminando por la nieve en “Ni u pelo de tonto”. El hombre que sale de la cárcel para el sepelio, el acierto en la Triple Gemela. Imágenes de amistad y esperanza. Y con valor, como Butch Cassidy con su inseparable amigo Sundance Kid saliendo de aquel cobertizo de piedra en Nuevo México camino de la muerte, camino del mito. Despidiendo la vida como una mariposa que con las alas exhaustas se posa para descansar. Así murió nuestro hombre, rodeado por su familia como los héroes anónimos protagonistas de nuestras pequeñas grandes batallas de cada día.








jueves, 23 de junio de 2011

Jung. El hombre que vió a los dioses llegar desde Bollingen


REFLEXIONES TRAS LA LECTURA DE UNAS LÍNEAS DE

INTRODUCCIÓN A LA ESENCIA DE LA MITOLOGÍA

DE C. G. JUNG Y K. KERÉNYI

Carl Gustav Jung


¿Qué fue la mitología? ¿Qué función cumplió, y cumple en la sociedad de hoy, si existe? Es indudable que en la actualidad no podemos librarnos del poder de la ciencia, de la búsqueda de la “verdad” al afrontar o experimentar lo mítico, porque no llegamos a él límpiamente, sino precavidos, incrédulos, cínicos y estoicos a la vez. Por ello, el mito no nos afecta de igual manera, que en tiempos pretéritos. ¿O no?

Portada española del libro

El mito no se puede desligar de la definición del mundo que utiliza la sociedad o cultura que lo posee. Una comunidad indígena del Amazonas nunca repararía en crear una divinidad de Internet, pero puede que la sociedad actual la acabe por crear. Dependiendo entonces del estadio cultural, entorno y necesidades de una sociedad, sus mitos expresarán un tipo de conceptos e ideas acordes con estos. En las sociedades de cazadores recolectores, proliferan dioses animales, astrales, ritos de fecundidad, etc. Con el tiempo, estos mitos se adapatan a las necesidades y contextos nuevos, sino perderían vigencia, y de todas formas ya se trata el individuo de adecuarlos debidamente.

El mito se nutre de una amalgama de realidades, necesidades y anhelos del individuo. En sus héroes y divinidades siempre verá poderes y actitudes que a él se le niegan: fuerza, valor, belleza, eternidad, volar... que le ayuden en su situación o, incoscientemente al menos, le ayuden a creer que podría existir o existe un mundo mejor, una divinidad que haga justo el mundo en el que vive, que le dote de unas reglas por las que deba regirse para así triunfar, un modelo o arquetipo. Ese ente configura y define el mundo, o cómo lo percibe el individuo. Teniendo la posibilidad de recurrir a él en caso de necesidad. De esta forma, elude la responsabilidad de ser el único responsable de sus actos; de tener cada individuo que definir al nacer su mundo y no entenderse con el prójimo; de saber que no existen reglas sociales, morales o religiosas que favorezcan y castiguen; que está sólo, en la gélida soledad; y de que todo es resultado del azar, como medida de su ignorancia. Porque nunca será capaz de conocer todos los condicionantes de un hecho; de saber que estos son fríos, sin conciencia y ni moral, y que afectan y afectarán por igual a todos.


En Bollingen frente al lago


De esta forma, el ser humano ha tomado de su entorno los elementos para construir su mitología. Estos varían, mutan unos, aparecen otros, y algunos desaparecen. Comenzando con un esquema básico: vida, muerte, familia, reproducción, alimentación... se ha construido un entramado de significados y sentidos casi infinito, que varia según la sociedad, el entorno y la cronología. Las similitudes entre culturas y cronologías son comunes. La teoría del inconsciente colectivo de Jung afirma que todos estos datos se encuentran entre los conocimientos inconscientes del individuo, afloran de él sin que pueda dominarlos. En mi modesta opinión, podríamos precisar esta afirmación. Es evidente que los problemas básicos del individuo, en todos los lugares y épocas son los mismos, lo que les diferencia es como los afrontan. Pero los utensilios con los que cuentan mentalmente son los mismos. No haciendo en esta afirmación referencia a útiles materiales como madera, hierro, etc... estas serían las variantes del hábitat.

Entonces, tener como esquema básico de organización a la familia; destacar la femineidad, positiva o negativamente, y asociarla a la reproducción; divinidades infantiles con rasgos propios de su carácter; culto astral... y tantas otras; es propio de todas las culturas. Obvio. El mito, como el conocimiento cultural, es un fenómeno evolutivo. Desechando unos aspectos, adaptando otros y creando nuevos. De tal suerte que cuanto más nos retrotraigamos hacia un punto inicial de cultura que sólo posee los elementos básicos, mas similitudes encontraremos. De todas formas, las elementales siempre estarán presentes, porque ningún individuo se encuentra ajeno al mundo en el que vive. El esquema se ha invertido con la sociedad de la comunicación, donde los datos son comunes a una inmensidad de individuos, y los rasgos individualizantes de las culturas se van anulando en favor de una cultura común.

El pensamiento racional y científico no ha anulado el mítico, sino que ha hecho que este mute en formas inteligibles para la sociedad del momento. El mito sigue rellenando el hueco dejado por el conocimiento racional, que aunque rellenemos incansablemente siempre seguirá existiendo. Si partimos del presupuesto de que el mito debe de estar presente en la vida de las personas, ¿existen mitos hoy día? La literatura ha dado muestras claras de pensamiento mito-poético creando sagas como “El Señor de los Anillos” o “Narnia” ubicadas en un no tiempo mítico con rasgos arcaicos. En ellas Tolkien y Lewis se apropian de mitos clásicos y semíticos, modificando los nombres, para narrar sus novelas. Los utilizan conscientemente, como personas cultas que eran, a sabiendas de su origen. Es verdad que la mayoría de sus lectores y seguidores desconocen este origen, pero entiendo que estos textos son recreaciones manuales y conscientes de un solo individuo, sin afectar a las creencias y sociedad actuales, por los que a mi juicio no son ilustrativas en lo que nos ocupa.

Más importante es la saga de la “Guerra de las Galaxias”. No por su calidad literaria, ni por su originalidad argumental, basada en la eterna lucha entre el bien y el mal. Sino que en ella aparece patente uno de los mitos que ha dado la nueva ciencia: el espacio. Podríamos considerar como nuevos relatos mitológicos los OVNI´s. La gente cree en ellos, influenciados por los descubrimientos científicos y las exploraciones espaciales que os hacen aparentemente posibles.


sábado, 11 de junio de 2011

Bye, Bye, Josephine. Un adiós a Tony Curtis

Saben, en una ocasión me enamoré de una madonna. Atendiendo a la opinión de mi amigo Arturo, la cual afirma que en el amor “casi” todo es estrategia, comencé bien. Intenté afrontar mi conquista cual partida de ajedrez. Así que realicé mi primer movimiento con una Apertura Curtis, o  mejor dicho, Wilder. Me explico. Sabía de los gustos de la madonna por las comedias en blanco y negro, por lo que le regalé una cinta VHS de Con Faldas y a lo Loco. Muchas mujeres confiesan que lo que más les gusta de un hombre es que las haga reír. Yo envié a unos mensajeros. El regalo le entusiasmó y la película le encantaba, pero acabó exiliándose con otro hombre a otra ciudad. El resto es otra historia. Otra historia que termina con el regreso en soledad de esa cinta a mi casa para yacer entre nuevos dvds y demostrarme que yo, lejos de ser un implacable seductor como el recientemente fallecido Tony Curtis, soy, más bien, un Néstor Patou a lo Irma La Dulce. Pero no olvidaré jamás el favor que me hizo el actor.

Josephine recuerda a una de las muejeres que
Miguel Ángel pintó en la Capilla Sixtina


El personaje en nuestras vidas

Son curiosos los débitos que contraemos con los personajes de ficción, ya sean de novelas o películas. Si tuviera que decidir cuales han sido las diez personas que más me han hecho reír a lo largo de mis días, muchos no serían personas que he conocido en carne y hueso, sino personajes. Entre ellos estarían los interpretados por Jack Lemon, Walter Matau… y Tony Curtis. ¿Y qué decir de las personas que han dejado una huella intelectual indeleble como las de los dinosaurios en las rocas? Casi todos muertos hace siglos.

Con respecto a Tony Curtis, confieso que no he visto muchas películas. Fugitivos, Espartaco, El estrangulador de Boston y poco más. Pero me he sentado tantas veces frente a Con Faldas y a lo Loco que con ello ha estado más tiempo ante mí que muchos de mis conocidos. Muchas personas no ofrecen nada bello al mundo. Sin embargo Curtis dejó para la posteridad algo hermoso, una sublime estela de perfume a la que siempre podemos volver.

A él debo la compañía en divertidas y taciturnas veladas. Desde aquellas en que te reúnes con tus mejores amigos para realizar una cena llena de risas que culminarás con la reposición de la obra del director Billy Wilder. A otras, en las que sólo existe el film, un sofá, una manta de lana de llama y alguien a quien abrazar en la fría noche que  como tú, se sabe los diálogos de memoria. Sin olvidar aquellas en las que los únicos habitantes de tu lóbrego cine particular sois tú y tus penas. Pero en todas las ocasiones, hasta en las más oscuras, mi sonrisa ha sido incapaz de resistirme a la película.

La belleza es un don amargo, como afirmó Terenci Moix. Un judío de origen húngaro nacido en el Bronx no podía aspirar a mayor sueño que convertirse en estrella de Hollywood. Tony Curtis lo consiguió. Pero el lastre de considerarse solamente una cara bonita y un cuerpo bien proporcionado es difícil de superar. Pregúntenle a Marilyn. Bueno, a través de un médium. Él lo logró con papeles  como Fugitivos, con el que fue nominado al Óscar en 1958. Aquí en España, en el Festival Internacional de Sitges, se le concedió un galardón cuando tenía setenta y cinco años.


Lemon y Curtis


Perpetuo Adolescente

En cualquier caso, Curtis no se sintió atormentado por ello. Era un hombre que sabía disfrutar de los placeres de la vida. Fuesen estos mundanos o profundos. En las imágenes que a lo largo de los años le inmortalizaron no puedo dejar de ver ese perpetuo adolescente pillo que en el fondo, y excesivamente también en la superficie, llevamos dentro todos los hombres. El glamour, la fama, las mujeres atractivas y la diversión sin fin como filosofía de vida. Él lo supo hacer, y Sinatra mejor, pero ¿cuántos más? De todas formas ninguno evitó el dolor. Podría concluir el párrafo con una moraleja.

Ahora nacemos y crecemos pensando que seremos grandes futbolistas, actrices famosas, cantantes de éxito… o al menos aspirar a ese minuto de fama que prometía Warhol. La vida puede ser un paciente jugador de ajedrez que nos deja mover alegremente hasta que cometemos un fallo y entonces nos golpea con un guante de frío cuero en la cara. Acabamos enganchados a la televisión viviendo vidas que no son la nuestra. Apasionados con la llegada del clásico y olvidando dar un abrazo a nuestra mujer cuando llegamos a casa.

Hasta que fue absolutamente innecesario, me corté el pelo en una barbería de barrio. Unos veinticinco años, entre los dos y los veintisiete. Allí Doro, el peluquero, me enseñó muchas cosas, y una de ellas era que ésta era la filosofía del perdedor. Un buen amigo, Dani García, el excapitán del Baloncesto León, decía que todos los peluqueros de las antiguas barberías tenían nombres curiosos. Puede que tuviese razón. Cuando Doro me planteó esta cuestión yo no era más que un adolescente que aspiraba a ser un famoso jugador de baloncesto y debí hacer un chascarrillo a propósito de su reflexión. Todo aquel que es incapaz de asir un pensamiento o sentimiento de gran calado opta por bromear sobre él. Pero no he dejado de recordarlo con los años. Intentando evitar comprar un balón de baloncesto a mis futuros vástagos y una edición de bolsillo de los Ensayos de Montaigne para ver si son capaces de cumplir los sueños que a su padre le fueron vedados. Un escalofrío recorre mis extremidades.

Una adorable criatura junto a la bañera

Una adorable criatura

La Adorable criatura, como llamó Truman Capote a Marilyn, se sintió infinitamente más vulnerable a la fama. Puede que fuese porque su fama era, y es, infinitamente mayor a la de cualquier otra persona. Cuando aceptó rodar Some like it hot con Billy Wilder ni siquiera leyó el guión. Para luego llevarse una decepción al ver que volvía a interpretar el papel de “chica tonta”.

Se había convertido en un icono mundial. Las mujeres la admiraban y los hombres la deseaban. Y después de conocer a muchos de los segundos, en todas las situaciones imaginables, ella confesaba que el mejor que había pasado por su cama había sido “un corredor de bolsa, nada atractivo, de unos sesenta y cinco años que llevaba gafas de cristales muy gruesos. Era gelatinoso como una medusa. No sé qué pasó, pero…”. Eso debería de decirnos algo.

Me recuerda a la frase que afirmaba en Some like it hot: “Yo quiero que mi hombre lleve gafas. Los hombres que llevan gafas suelen ser cariñosos, amables e inofensivos. Tienen la mirada lánguida y los ojos chiquitos de tanto leer…”. Pero al final se la lleva el saxofonista, no lo olvidemos.

No era más que una voluptuosa chica lista, pero acomplejada por lo que carecía, un tamiz intelectual, que deseaba ser amada tal y como era. Como todos. Nada más. Y tanto además… Quizá ese sea su encanto.

Cuando comenzó el rodaje con Wilder había sufrido varios abortos de Arthur Miller. Lo tenía todo y lo que más deseaba era un hijo, lo que parece que puede tener cualquiera. Su marido no dejaba de ser un episodio más en su intento de tener la vida ideal, el matrimonio perfecto y encontrar la felicidad. Maridos padre, maridos famosos deportistas, maridos grandes intelectuales…

Llegaba continuamente tarde al rodaje. Tenía que estar perfecta, si no era incapaz de enfrentarse al mundo. En el instituto aprendí que las mujeres hermosas son en el fondo las más vulnerables. Creen que los demás sólo vemos en ellas, única y exclusivamente, su belleza exterior. A veces es verdad, ésta lo eclipsa todo. Y viven para demostrar que son algo más. Intentando ocultar esa belleza exterior que no es más que la fugaz visión de un instante en la eternidad.

Tony Curtis y Orry-Kelly


Some Like it Hot

En uno de aquellos días que se han elevado al Olimpo de los mitos, Marilyn  estaba probándose uno de los vestidos que Orry-Kelly diseñó sólo para ella y por los que la película ganaría su único Óscar (Mejor diseño de vestuario). La modista sugirió que Tony Curtis tenía mejores piernas que la rubia. Marylin tomó varonilmente ambos pechos entre sus blancas manos y respondió: “Pero él no tiene esto”. En realidad sus pechos ya no eran los de las fotos sobre el satén rojo de la revista Playboy, pero en la película brillan como diamantes en la mano de un homeless.

¿Recuerdan el vestido de las canciones con las Muchachas Sincopadas de Suite Sue? Y se imaginan un lugar mejor en el que dilapidar la eternidad que el Valhalla en el que se convertía el tren que las llevaba a ellas y a los dos músicos a Florida. Una multitud de doradas valquirias que quedaba eclipsada por el brillo imposible del pelo de Sugar Kane. Sin embargo, cualquiera de ellas podría ser la más hermosa de las Cariátides del Erecteion.

¡Qué suerte de la de aquellos dos! Cuando Curtis y Lemon fueron caracterizados como mujeres, Billy Wilder les pidió que fuesen a un baño para mujeres. El embuste no fue descubierto, se habían convertido en dos recatadas damas. Incluso protestaron porque Marilyn llevaba mejores vestidos que “ellas”.


Bye, bye, blackbird

Todo empieza con persecuciones y ametralladoras, una escusa que es una muerte bajo la sombra del amor en San Valentín. Para terminar con una de las más bellas y sinceras declaraciones de amor. El resto no importa si el amor existe. Con él los defectos se convierten en características, pequeñas idiosincrasias.

Es tiempo de dejar de recordar para dar paso a nuevas vivencias que rememorar mañana. “Tu mundo no es nada más que todas aquellas pequeñas cosas que has dejado atrás” reza la letra de la canción que Clint Eastwood compuso para Gran Torino. Tony Curtis ha quedado atrás como una de los grandes actores a recordar.

Las hojas del cuaderno homenaje a El Gran Gatsby que Santi, el Míster Magorium de aquella tienda llamada Eureka, me regalase en uno de mis pasados cumpleaños se terminan aquí. Repostaré mi coche en mi gasolinera, la Shell Oil. Me encaminaré a la Funeraria Mozzarella. Una vez allí, diré al recepcionista que vengo al funeral de la abuelita, que soy uno de los del duelo. Dentro pediré café, café irlandés. Y brindaré por Tony Curtis, brindaré aunque le vea yacer, allí, muerto. Al fin y al cabo: Nadie es perfecto...


viernes, 10 de junio de 2011

Escucha los trece sentidos



            Escucha los trece sentidos de estas palabras que apenas tienen amigos. Las experiencias, siempre escasas, siempre demasiadas, en verdad nunca las que se esperaban. Pero, qué puede esperar de la vida el niño que podría casarse de blanco frente a las rudezas de la vida. La realidad ha golpeado su cincel con furia sobre el mármol de Carrara de mis sueños, como hace con todos, para reducirlos a un atisbo de serrín que desearía ser la arena de una cala solitaria bañada por un mar frío. Y todo esto, toda la literatura universal y su filosofía, no son más que un pasatiempo de eunucos mandarines. Todos los suicidios por amor, todas las muertes por la causa, todos los sacrificios intelectuales son las insuficientes bocanadas de aire de un futuro ahogado. Los anormalmente apasionados encuentros sexuales que preludian una ruptura. Las manifestaciones escenográficas del sibarita vital al que abruma la normalidad del mundo, su elementalidad, su primaria obviedad, la crudeza desapasionada con la que nos demuestra que siempre, siempre, tiene razón. Pero si algo hubiera que salvar en esta inasible obra verbal descriptiva y reiterativa, sería el latido del corazón de un recién nacido, un grupo de notas que danzan de la mano, un libro. Aunque el objeto de esta descripción, el universo, no entiende de poemas, ni de rosas blancas, ni de lágrimas.


miércoles, 8 de junio de 2011

Nací con Héroes Cobardes

Nací con héroes cobardes.

Crecí con héroes tumultuosos y amados como yo quería ser. Imágenes que me han perseguido toda mi vida. Nací sin fuerzas para conquistar lo que un día deseé y afirme ser. Perdí antes de comenzar el combate porque creí que había que aguardarle reposando entre álamos, frente a un lago de tranquilas y serenas aguas. Cuando el mayor combate es la Vida. El día a día. Nadie hará sonar una sirena para avisarte de que todo va a empezar, de que es el momento de no reservarse nada. Si no lo has puesto todo antes, no llegarás allí. Si te esfuerzas, si vives desde el principio, no oirás, no importará, lo darás todo como siempre.
 Esperamos engañados una lucha que no hemos dejado de librar y que perderemos. Quizá porque lo sabemos, porque vislumbramos nuestro final, la pereza displicente nos hace dormitar, intentar hundir ese sentimiento en lo más profundo de nuestro ser, olvidar, para luego, a destiempo, y sin presión ni esperanza, naufragar en una batalla perdida para poder revestirnos del halo de perdedor mártir que tantas simpatías ha causado.

Nací con los héroes cobardes de un mundo de cartón piedra que era el mío, que no sentía propio, que nunca encontré, que en verdad nunca deseé encontrar. Demoré mi lucha hasta el justo instante en que todo estaba perdido, para morir como un actor de reparto en el film de mi vida, minutos antes de que un protagonista, que no soy yo, acaba con el villano en la penúltima escena con un simple truco que yo desconocía. Besa a la chica. The End.

 



Tiempo, ritmo, fluir, armonía y alegría. Empuño una carraca sobre una silla tapizada en terciopelo rojo entre un cuarteto de cuerda que interpreta una hermosa pieza de Copland. Nado contracorriente para ganar en una regata. Me he equivocado de transporte y de dirección. No soy normal por miedo a no tener una excusa para el fracaso.

Nací cobarde y deseé ser héroe. Nací sabiendo que no lo iba a conseguir pero afirmando que aparentaría creer que no era así. Que al menos lo intentaría. Nacemos creyendo ser especiales para un día descubrirnos  y contrariados deseamos huir. Y, en el fondo, eso es la vida, una huida hacia delante. Cada movimiento, cada promesa, cada sentimiento y pensamiento buscan zafarme de mi naturaleza. De algo a lo que damos el nombre de muerte pero que en realidad es un Gólem hecho de jirones de nuestros miedos y desasosiegos.

El miedo al fracaso ha contraído mis músculos durante toda mi vida para obligarme a olvidar la gracia y la espontaneidad natural abandonadas en una esquina a la que no sé retornar. Oculto mis inseguridades con soberbia y petulancia ante cualquier intruso. Y sí, confieso.

Nací para sentirme perseguido, corriendo jadeante sin saber de qué huía o hacia dónde me dirigía. Ahora sé que así sin duda se precipita hacia el fin. Temiendo que me iba a ser arrebatado un preciado tesoro del que todavía no tengo constancia, pero intentando creer con todas mis fuerzas que lo poseía. Y ese tesoro en ocasiones se esfuma, realiza una razzia por lugares que, en definitiva, no son yo. Cada vez vuelve con menos frecuencia y reposa en mi seno durante menos tiempo. Empiezo a pensar que nunca tuve nada especial, que me lo inventé para sobreponerme a mí mismo y huir de mi pronta visión de la muerte. Sin embargo, escenifico ante el mundo gestos y palabras, un papel con el que ahora me cuesta vivir. Eterno dilema entre el deseo, la percepción y la realidad. Deseo la felicidad de la gente y como buen mártir me reservo la posibilidad de aludir en cualquier discusión que conozco y padezco la crueldad de la realidad. Separándoles de un problema que ya conocen por miedo a que, como yo, no le encuentren solución. Quizá ellos la han encontrado. La existencia no es un problema a resolver, sólo es.