No, no, no, no, no… nuestra vida ha sido negación. Sobredosis de trastos e hipoglucemia de sensibilidad. Susurros proféticos edulcorados y sentimientos punzantes de realidad que arden como el beso de una medusa en una refulgente tarde de verano juvenil. Consumidores con sueños que consumen para cumplir los sueños de otro que al realizarlos el desengaño le llevó de la mano a la autodestrucción. Un universo de células sedientas de sueños y sensaciones.
Eso somos.
Puede que ninguno de nosotros escriba palabras que asomen por encima de los letreros de publicidad que se yerguen enhiestos en los edificios, inundan las webs y definen la televisión. Que ninguno aparte el pie cuando el perro de política le mee sobre sus zapatos nuevos comprados en segundas rebajas. Seguro que ninguno de los vientres que han sido hombres serán capaces de aunar en sus almas tanta sensibilidad como para adormecer y tranquilizar con una nana a las generaciones que mañana verán la luz, de neón, la luz de los monitores. Pero sí mantendrán sobre sus hombros la pena de los siglos, la inutilidad de la eternidad. Esconderán bajo la cama del polvo el miedo que nos hace niños, nos mantiene como hombres y nos resuelve como fiambres postrados en una esquina de la historia, en la nota al margen de un libro plúmbeo que retiran de la biblioteca porque nadie lo ha solicitado en lo que llevamos de eternidad. ¿Quizás en la siguiente?
Escucharemos el aullido de un lobo que desearíamos ser nosotros. Pues lo oímos desde un redil de inmaculada lana blanca, sólo violada por las heces. El parpadeo del neón, el ventilador de un ordenador, el gemido solitario frente a la pantalla, la inconsciencia y la desazón son las diapositivas de una clase futura que rememora el presente.
No recuerdo haber escuchado cómo sabe el néctar que consume una abeja. El ladrido de un perro me despierta en una caricia ahogada en sudor. No recuerdo haber sido yo antes.
Espera en una esquina a que un dentista te llame para extirparte lo que de ego te pueda quedar. Sin dolor, anestesiado, como has vivido. Y luego parte a esa existencia que sólo se comprende a través de una pantalla. En la que posiblemente tú no estás, sólo eres una imagen de ti mismo vagando por un decorado en dos dimensiones, si no pagas un euro más por las gafas. Sólo serás tú, sólo existirás, si eres visto por los otros, a través de los otros. Y los otros de ti. Todos somos imágenes que se proyectan y reflejan en los ojos ajenos y propios.
Quizá pasee y escuche. ¿Me detendrán? Una resignación que es psicotrópico y denuncia. Desesperación cívica.
Envíale una solicitud por mail a Dios y pídele que te agregue como amigo en su cuenta. Esa será la futura salvación. Si eres protestante su foto no aparecerá en el perfil. El nuevo panteón. La nueva Capilla Sixtina será una web. Nuestro mejor amigo un móvil. La nueva Venecia se ahogará en combustible de los motores del pasado.
Un gañido hueco en un universo en bits que ni siquiera resuena en el ciberespacio. La sombra de un sol que siempre parece extinguirse para dar paso a un mundo mejor, pero que no lo hará. Porque es el único. Todas las generaciones tienen su revolución definitiva y entonan la letanía ausente del todo será diferente desde hoy. Falacia de un abogado ebrio en un local bajo la ley seca. La Nada es más, pesa más que toda esa frase bañada en plomo.
Escucha. Puede que alguien te diga. O seas tú quien lo descubra. O se canse de pensar en pensar y empiece a jugar a vivir. El agua acabará por atravesar el puente, pero el puente ha visto tanta agua pasar sin saber a dónde iba, sin regresos, sin noticias. Con ausencias que se agudizan y se olvidan con la llegada de cada primavera húmeda.
En todo teclado hay muchas letras. Letras con las que se define el mundo. Pero aunque minúsculo, siempre hay un punto.